Hágase... Sí, que se haga “eso” que acabas de decir. Estas son las palabras que María desde el fondo de su corazón proclamó ante el anuncio “inesperado”, pero al mismo tiempo tan esperado, por el arcángel Gabriel. Cuando ya está próxima la festividad del nacimiento del Redentor, la Iglesia nos invita a contemplar de nuevo a María, como hicimos en la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Estamos invitados una vez más a contemplar a la Madre de Dios, para prepara nuestro corazón al hecho más trascendental de la historia de la humanidad: el nacimiento del salvador.
La esperanza de María es la que le hace asombrarse por el anuncio del ángel que le lleva a confiar en las palabras del mensajero. El evangelista de la infancia de Jesús, nos muestra en este pasaje el vuelco del corazón de María ante la Gran Noticia, ante la Noticia por excelencia: Dios se hace hombre para salvar al hombre y para que el hombre pueda llegar a Dios. Es este el misterio escondido se revela – nos dice san Pablo – se hace visible, se hace cercano, tangible porque María ha dicho SI. Su sí, cambia la historia, pero este sí no es condicional, sino afirmativo; es decir, no pide nada a cambio, es una total disposición a la voluntad de Dios, que al mismo tiempo no es puntual sino permanente en María. Es un compromiso total y personal al que se mantendrá fiel de por vida. Es la confirmación a la vocación de María, es su respuesta a la llamada hecha por Dios de corazón a corazón, en la intimidad de la oración. Su sí, nos muestra el verdadero rostro de Dios; un Dios que valora al hombre y su decisión libre, un Dios que invita personalmente a cada hombre a una íntima relación de amistad, un Dios que quiere la colaboración personal y única de cada hombre...
En este Domingo, hemos de mirarla a ella, a la que nos trae la salvación con su si, a la que en la nos muestra con su vocación la oscuridad y al mimo tiempo la claridad de la fe. Con ella, hemos de esperar al salvador, con ella hemos de prepararnos para tan grande acontecimiento: El Nacimiento del Hijo de Dios. Pero no olvidemos que José, hombre justo y bueno, no la dejó sola, sino que le acompañó, estuvo a su lado, y supo estar relegado a un plano posterior: su misión era cuidar de Madre e Hijo.
Antonio Jesús Martín Acuyo, párroco de Cuevas del Almanzora